LA CASA AZUL - Museo
Frida Kahlo.
Son
las 18:00hrs y las puertas se cierran en Londres 247. La última pareja posa
delante de la entrada “Frida y Diego vivieron en esta casa. 1929-1934”, los
vestidos mexicanos y las joyas de Las apariencias engañan vuelven a la
obscuridad… y, a cambio, bajo el azul obscuro que rodea a la casa de noche y
bajo el sonido de los grillos que cantan entre las plantas y las esculturas
prehispánicas del jardín, los corsés de Frida, con una extraña belleza estética, vuelven a emitir llantos y dolor.
Coyoacán
mantiene encerrado entre sus calles coloniales el espíritu de una de sus más
grandes artistas plásticas. En una casona de principios del siglo XX, que
ostenta 1200m2 de terreno, y dentro 800m2 de construcción,
se mantienen los gritos, los suspiros, las risas, los amores, el llanto y la
incomprensión de Frida Kahlo.
Su
nombre de inmediato significa en nuestras mentes: dos cejas juntas, una mirada
fuerte de reflejos comunistas, vestidos
amplios y rebozos “harto mexicanos” , una línea en el cuero cabelludo que
separa las trenzas negras y unos cuantos piquetitos en el cuerpo agonizante.
El pequeño mundo del dolor.
La
Casa Azul, ahora mundialmente conocida, fue comprada en 1904 por Guillermo
Kahlo, el primer hombre en la vida de Frida. Su padre, cuyo rostro sería
inmortalizado en una de las pinturas que hoy se conservan en la primera sala
del museo, fue quién la introduciría al arte: a su mundo creado al óleo.
Muy
joven, la casa azul vería a una Frida inocente jugando con marionetas al lado
de su hermanita Cristina. La observaría en silencio, mientras ella atenta a su
juego recrea un mundo chiquitito con juguetes mexicanos, mismos que hoy llenan las repisas de la cómoda en su
habitación.
Pero
así como los muros blancos de su cuarto la vieron reír, también la vieron
llorar. Frida Kahlo a sus cortos seis años de edad estaría postrada por nueve meses
en su cama debido a la poliomielitis. El tormento de su vida se comenzaba a
gestar. Esta enfermedad le dejaría secuelas imborrables, “será determinante en
la deformación de su matriz y, finalmente, en su incapacidad para tener hijos”.
Luego
ante decenas de cirugías, Frida pudo vivir una juventud llena de amistades revolucionarias dentro de
la Escuela Nacional Preparatoria (perteneció a los cachuchas, un grupo rebelde crítico de la autoridad). Pero un
día, recordando el prematuro sufrimiento
de su niñez, se presentó el parteaguas
más doloroso de su vida: a sus 18 años el autobús en el que viajaba de regreso
a su casa de la Escuela Nacional Preparatoria, fue arrollado por un tranvía. ”Las
consecuencias son graves: fractura de varios huesos y lesiones en la espina
dorsal.”
Y
de ahí vienen los corsés de yeso y cuero, de ahí surge el espejo en el techo de
su cama, y gracias a su reflejo en éste, la pintura y los autorretratos hoy
regados por toda la casa.
La
paloma y el elefante.
Existen
en la casa azul, un estudio de grandes ventanales, figuras prehispánicas que
adornan el jardín, un cuarto al costado del comedor y una sala especial del
museo, que revelan la presencia de otro espíritu artístico que deambula entre
frases y pinturas. Quienes entran al museo (entre los 25 mil visitantes mensuales, 45% de ellos extranjeros) pueden
encontrar por todas partes la vida acompañada de Frida Kahlo.
La
casa azul está llena de Diego Rivera, un hombre que Frida conocería por vez
primera en una de las salas del palacio de San Idelfonso, poco después de su
accidente y su acercamiento a la pintura. Un hombre que sería dos veces su
esposo, su más grande amante y su mejor crítico. La mirada de este gran pintor
revolucionario rodea completamente la habitación, la vida y la obra de Kahlo,
pues su gusto por el arte mexicano prehispánico se plasma en todos los rincones.
La mano del pintor se observa desde los vestidos de tehuana que caracterizaron
mundialmente a Frida, hasta el decorado del jardín y de los muros externos del
estudio hechos de piedra volcánica por el arquitecto Juan O’ Gorman en 1946.
"Quizá
esperen oír de mí lamentos de `lo mucho que se sufre´ viviendo con un hombre
como Diego. Pero yo no creo que las márgenes de un río sufran por dejarlo
correr” reza Frida con sus palabras en una de las paredes de la tercera sala
del museo, y entonces, se puede entender que ni en el matrimonio vivió en paz.
Aunque tuvo amor, el cual se lee hoy en las frases y fotos regadas en su
jardín, Frida vivió atormentada por constantes traiciones por parte de su
esposo.
En
la segunda sala del museo, en una hoja de papel amarilla y desgastada, un
dibujo de Frida expresa: “Casa para aves. Nido para amor. Todo para nada.”
La imagen renace.
Han
pasado más de 50 años de la muerte de Frida y en los rincones de la casa azul
comienzan a renacer los murmullos del recuerdo. Voces ilustres, familiares y cercanas
a Frida comienzan a escucharse entre las fotos rescatadas en el 2004 “dentro de
una bodega y dos baños cerrados por orden de Diego Rivera al entregar la casa a
Dolores Olmedo en 1957, se encontraron 22 mil documentos, 6500 fotografías,
3874 revistas y publicaciones, 2170 libros, decenas de dibujos, objetos
personales, vestidos, corsés, medicinas, juguetes...”.
Es
posible escuchar a León Trotsky, a Tina Modotti, a André Breton, a José
Clemente Orozco, y a muchos otros amigos de Frida que habitaron la Casa Azul
durante sus clásicas tardes bohemias, entre las miles de fotos que mantuvo
guardadas, y que hablan de su pasión por coleccionar memorias.
Todos
los documentos encontrados, los cuales por órdenes de Diego y Frida se
mantienen exclusivamente dentro de la casa, muestran la parte desconocida de la
artista, una parte tan íntima que solamente contrastada con sus pinturas cobra
significación.
Y
así, llena de recuerdos, Frida Kahlo, puede caminar a través de los pasillos de
la casa que la vio nacer y morir (1907 a 1954). Puede mirar el jardín a través
de las ventanas de su viejo estudio, sentarse en su silla de ruedas y terminar
la obra inconclusa sobre su caballete. Puede entrar en su cocina, sentarse en sus
sillas amarillas y preparar en sus
cazuelas de barro los platillos mexicanos que tanto le gustaban.
Y
así también, puede mirarse en los espejos regados a lo largo de su casa azul, para
encontrar en sus ojos la fuerza que la sostuvo en pie por encima de todo
sufrimiento.